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lunes, 18 de noviembre de 2013

La Bella Bestia...

Hacía tanto tiempo que vivía apartado de la civilización que ya no recordaba lo jodido que era tener a una mujer cerca. Desde que entró en la casa su cuerpo había reaccionado como lo hacen los malditos animales frente a una hembra en celo. La había instalado en la primera habitación del pasillo para evitar que sucediera lo inevitablemente, pero acabó por suceder. Estaba claro que tomar una ducha fría había sido la mejor decisión si no quería salir en los periódicos de la mañana. 

La escueta toalla que llevaba envuelta en las caderas le rozaba la entrepierna al caminar. Ya no le parece tan mullida y suave como cuando la compró, más bien esparto. De un tirón se la quitó, que necesidad tenia de castigar a la pequeña bestia cuando podía ir en pelotas. Con el cuerpo todavía mojado comenzó a recorrer el pasillo hasta su habitación. Se paró en seco y miro sobre su hombro clavando la mirada en la puerta que había dejado atrás. Sabía el placer que podría obtener si entraba en esa estancia y su polla también. Estaba dura y ansiaba tanto poder desfogarse que a la puta le daba igual de quien fuese la boca, el coño o el culo en el que sumergirse.

Se apoyo contra la pared y aferro su erección. La presión de su mano se sentía tan bien sobre mi miembro. Arriba y abajo, ejerciendo la presión justa. A sus oídos llego el sonido de un jadeo...Umm si, como le gustaba escuchar la exhalación de jadeos salidos de boca de una mujer… 

¡Espera, una mujer!

Parada a un metro de él, con los labios entreabiertos, la cara sonrosada y una mirada de deseo que no puede disimular, la pelirroja lo observaba mientras se masturbaba. Su mera visión hizo que los huevos le dolieran, pero no se derramaría en sus propias manos como un crio que no sabe contenerse, lo haría enterrado en su cuerpo.

Su expresión cambió. Había tapado su boca con ambas manos y sus ojos ahora reflejaban algo más que lujuria. No cría que sea capaz de leer su mente, tampoco era necesario, la expresión que él debería tener le ha dejado bien claro lo que pretendía y que nada le impedirá conseguirlo, ni siquiera su inútil huida. Que ilusa si pensaba que podía escapar, no sabía que su carrera le excita más si cabía. No había nada mejor para la bestia que su presa se resistiera a ser cogida, en todos los sentidos.

Corre todo lo que puedas preciosa que la bestia tiene hambre, mucha hambre…pensó mientras una sonrisa se dibujaba en su cara. 

Un grito escapó de su libidinosa boca cuando la atrapó contra la pared. Una lastimosa negativa pendió de sus labios antes de ser aplastados por los suyos. Presiono su cuerpo desnudo contra ella haciéndola sentir la dureza de su polla entre sus piernas. Trago el gemido salido de su garganta, con un ansia que no recordaba haber tenido en la vida, y devoro su boca como si no hubiese un mañana. Atrapo su trasero con ambas manos, sin delicadeza, con premura. Sin separarse de sus labios amaso sus pechos con fuerza, con desesperación, necesitaba penetrarla más que respirar, lo necesitaba ya. Se deshizo de la tela blanca que le impedía sentirla piel contra piel. Los botones salieron disparados al desgarrar su larga blusa y noto como su cuerpo temblaba contra el suyo. No quería dejar sus labios, no quería darle la oportunidad de rechazarle, no soportaría una negativa, ahora no. Sin darle tiempo para reaccionar la volteó contra la pared, su complexión impedía su movimiento, no puede evitar que él le rasgara las bragas. Aferro sus caderas y sus dedos se clavaron en su carne. Alzo su cuerpo, apenas sus pies tocaban el suelo, y de una embestida penetro en su coño húmedo, caliente, apretado. Una, dos, tres salvajes acometidas contra su sexo ardiente y encontró la liberación, haciendo que su cuerpo trepidara y perdiera la fuerza. 

Cayó al suelo de rodillas enterrado en ella, atrapándola en un fuerte abrazo. Sus hombros temblaban y apretó su espalada contra su pecho caliente en un intento porque sus espasmos cesaran y que su cuerpo la dotaran del calor que necesita. 

— ¡Dios mío que he hecho!—dijo con apenas un hilo de voz. 

Seguro saldría corriendo asustada como ya habían hecho todas las que desafortunadamente se habían perdido en el bosque y habían topado con su casa. 
Poco a poco fue aflojando su agarre y lentamente comenzó a salir de su interior, pero ella lo retuvo. La pobre chica estaba aterrorizada, no dejaba de temblar entre sus brazos murmurando una letanía que apenas entendía. 

—Lo siento preciosa, no entiendo lo que dices—preguntó con voz dulce en un intento por calmarla.
Despacio, y con cuidado de no espantarla más, acerco el oído a sus labios.

— ¡Mas… quiero más! —repetía sin cesar.

Su miembro, todavía enterrado en las profundidades de su ardiente y acogedora vagina, comenzó a endurecerse de nuevo.

—Y lo tendrás Bella mía… mucho más —juró mientras tiraba de su pelo y devoraba su cuello comenzando a espolear su sexo.


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